viernes, 17 de julio de 2009

Palabras Invisibles

No podía, ni quería, abrir la boca. El camino estaba siendo, hasta el momento, caluroso, difícil y pesado. Cada paso daba miedo, cargado de incertidumbre, sin saber con exactitud si el terreno iba a ser firme o se iba a desmoronar. La experiencia me decía que iba a aguantar, pero alguna vez tiene que ser la primera, y por poder, podía ser ésta.

Acompañado de pájaros, de palomas concretamente, seguía hacia delante. Pero de repente, el camino se tornó en oscuridad, cuando antes estaba bañado por una ligera luz anaranjada.
Y cerré los ojos.

Se hizo la “noche”. Podía ver a mi alrededor árboles con formas extrañamente angulosas y metálicas, agujeros que parecían no tener fin, y en el cielo, un número indeterminado de ojos dirigían sus miradas hacia mí, como monitorizándome, a la vez que, de alguna forma, me guiaban.
Poco tenía sentido. El viento lucía color, como si de un río naranja salpicado de manchas azules se tratase, y no empujaba hacia delante o atrás, sino ascendía, de los pies a la cabeza, y de ahí al infinito. No es la realidad, no es lógico, pensé.
Y allí estaban, colocadas casi en fila, esperando a salir de mí. Siempre había creído de que para que algo se convierta en real debe simplemente impactar en el oído de otro. Nada es del todo real, consciente, hasta que deja nuestra mente para ser compartido. Nada vale en soledad, hace falta de otra persona que lo canalice.

Por eso estaban en ese estado. No parecían sanas, tampoco fuertes. Hacía tiempo que nadie las asimilaba, ni se apropiaba altruistamente de ellas. Estaba decidido, iban a salir.
Y abrí los ojos.

Ese era el mundo, la realidad, en el que ahora me veía rodeado de personas, aunque tintadas de un color grisáceo, excepto, extrañamente, los oídos.
Es el momento, funcionará, no estoy solo. Debo creer en esto, de la misma forma en que no creo en nada más, excepto en la duda.

Y abrí la boca.
De mí salieron mil rayos de color verde oscuro, que surcaron el paraje que tenía en frente. Intentaban entrar en las personas, pero pasó algo inesperado. Al acercarse a ellas, los seres se iban esfumando, aunque las orejas permanecían ahí.
No es lógico, el mundo no es lógico. Idiota, siempre hay algo más.
No sólo hacen falta oídos, hacen falta personas que quieran escuchar. La frase apareció en mi mente como si alguien la hubiera puesto ahí, y me sentí abrumado.
Soledad. Pero no del todo.

Un águila negra absorbió mis pensamientos, junto a toda la luz que la rodeaba. Y, con la misma facilidad, echó a volar, con una parte de mí en su haber. Me pesó no poder ir junto a ella.
Pero un rayo violeta que provino del ave atravesó mis orejas, y mi mente, para descubrirme que también yo era un águila, y podía ascender. Y ascendí, y el camino no se vino abajo.


P.D: El ajetreo de estos últimos días me ha impedido actualizar, a ver si salimos ya de esta corriente de ocupación, que no termina de llegar el verano. Lo bueno es que, como quien no quiere la cosa, los vientos me han llevado a recorrerme parte de la península, concretamente Madrid y Elche. Y mereció mucho la pena, pese a las horas de guagua que me traje a las espaldas... xD. Un saludo, espero que haya gustado y, ¡hasta pronto!

1 comentario:

Rober dijo...

Bueno Juan, ya está todo dicho ^^ y a la espera de esa entrada dedicada a mí, a Jesucristo y las hormigas xD



pd: Muy caña la canción =D