Inercia. El brazo se eleva, y trazando un semicírculo cae desde la cabeza hasta que, al pasar por la cintura, la adrenalina explota y todo se torna en movimiento. Los saltos vienen desde dentro, vienen del corazón, de la sangre, y en menor medida, del cerebro, que queda como mera anécdota de coordinación.
Todo se mueve. Lo que hay delante es inmenso, pero se imprime como un flash, como la luz en un negativo, que apenas da tiempo a razonar. Agarre, movimiento, fuerza, ascensión. Una mirada rápida deja ver un ave negra que, de alguna forma, sugiere compañía y ánimo, y con un aleteo se pone en cabeza.
El hastío aparece, los músculos queman, las articulaciones se resienten. Sabe que en parte es todo mental, pero el camino no para. La fuerza sale del estómago, de las visceras.
Dicen que el muro es inmenso, dicen que nunca se termina de escalar. También dicen que su fin llega justo cuando uno lo precisa, ni antes ni después. Pero que lo importante, en el fondo, no es alcanzar el final, sino saber sobrellevar la subida.