Las vibraciones de un altavoz, las luces que nos iluminaban y no nos dejaban ver a la gente que estaba bajo el escenario. Los cables. El pitido en los oídos después. El sudor, la sonrisa.
Que entre por mis ojos, que cale intensamente, que deje huella, para así poder recrearlo, para poder devolverlo, y sentir que es lo que debo hacer.
Esa sensación de no poder parar, de corriente que atrae, que acomoda y que hace disfrutar.
Crear algo tan increíble como Mellon Collie and the Infinite Sadness. Como 1984.
La cercanía, y saber que se puede decir absolutamente cualquier cosa.
El huracán de sensaciones antes de que ocurra, antes de que aparezcas.
Una mirada tuya. Un gesto tuyo. Una palabra tuya, o dos.
Uno de tus besos. Uno de tus abrazos.
Una tarde contigo. Un día contigo. Una semana contigo. Un mes contigo.
Sentirlo. Sentirlo otra vez. O sentirlo de nuevo.