jueves, 5 de noviembre de 2009

Papercut Bliss



     En aquel momento, no sabía como había llegado hasta aquel lugar, pues sólo el paso del tiempo me llevó a indagar qué senda determinaría mis pasos. No recuerdo si el cielo se alzaba gris tormentoso, o sus colores guardaban el matiz radiante de los días de verano que aguardaban cercanos su momento; no recuerdo si el sol se alzaba solemne sobre los cultivos salpicados con retales de fertilidad, o si estaba rodeada de la esencia a marchita ciudad. No recuerdo nada de eso, solo que ante mi, imponente, se alzaba un edificio. Su fachada era corriente, de tonos apagados, y por su altura, concebí que no se trataba de un edificio demasiado grande. Muy cerca de la entrada, descubrí una ventana. Llevada por la curiosidad, me alcé para llegar al vano, protegido por rejas de fino acero, y sostenida sobre el alféizar, intenté divisar elementos del interior, pero no fui capaz de observar siquiera signos de habitabilidad; la oscuridad adueñaba la estancia.

     Una pequeña puerta de madera daba paso al edificio. Un conmovedor deseo de descubrir algo más allá del simple revestimiento de aquella construcción me condujo a posar mi mano en el pomo, de manera delicada, como si tuviera miedo de que se fuera a desvanecer. Al girar, no hizo falta ningún movimiento forzado, pues la cerradura cedió sola con el gesto de delicadeza. Empujé la puerta, y el crepitante sonido que emergió de cada milímetro de la madera me dio la bienvenida. Había entrado, casi sin darme cuenta de ello. El vestíbulo, vacío y oscuro, daba la impresión de dar una imagen diferente a lo que en realidad era el interior. Continué por el pasillo que se extendía algunos pasos más allá.

      A cada pisada que daba a través del pasaje, la luz se volvía cada vez más nítida, hasta llegar a una pequeña sala gris con varias puertas y sin muebles iluminada por una pequeña vela. Sus paredes estaban invadidas por infinidad de grietas, que le daban a la habitación un aspecto lúgubre y apagado, a pesar de la tenue llama. No resultó difícil encontrar una llave tirada en el suelo polvoriento, que permitió mi paso a las diferentes estancias de la casa. Algunas estancias, invadidas por inmundicia y telarañas de perfecta simetría, hacia tiempo que no se habían abierto, siendo el hastío derivado de la soledad el verdadero ocupante del edificio. Aún así, parecían encontrarse en mejor estado que la sala gris. Por aquel entonces, pensé que la propia casa esperaba mi llegada. Mientras yo había accedido fácilmente, pensé en los miles de viajeros que habían pasado de largo, sin percatarse de lo que podía albergar aquel sitio.

     Tiempo, tiempo transcurriendo en aquellas habitaciones, cómodamente, con la seguridad que aquellas paredes me transmitían. Poco a poco, llené la sala gris con papel pintado perteneciente a otras estancias, papel que había caído por el desgaste del espacio. Y a  medida que iba arreglando el lugar, el deseo de adueñarme de aquel edificio aumentaba por momentos, hasta que la tristeza se hizo palpable. Sabía que no podría obtener algo que no me pertenecía solo por el hecho de desearlo con todas mis fuerzas. Tal vez su antiguo dueño viniera a reclamar su hogar, o tal vez un nuevo viajero como yo quisiera hacerlo de su propiedad. Conocer la realidad, e intentar eludirla, fue lo que comenzó a deteriorarme.

     Las noches pasaban, irremediablemente semejantes unas de otras, y preguntándome cómo había podido permanecer tanto tiempo en un lugar que no era mi hogar, donde sabía que no podía ser acogida siempre, pues yo buscaba ser dueña, pero mi mente reconocía la imposibilidad de mi anhelo. Las propias habitaciones tornaron más sombrías a medida que yo me llenaba de dudas, transmitiendo hostilidad, pidiendo que no permaneciera un minuto más en su interior. Quería huir, pero cadenas invisibles me ataban a cada rincón existente de la casa.
     Sin fijarme en el calendario, un día cualquiera de un mes cualquiera, impulsada por el cansancio, el tiempo perdido, y el reconocimiento de las limitaciones, decidí aunar fuerzas y dejarme llevar por mis pensamientos racionales; decidí marcharme, aunque aún no sabía las consecuencias que eso tendría. Tomé mis pertenencias, y caminé hacia la salida. La puerta de madera cedió, liberándome de mi agonía de estar encerrada en aquel edificio segundo tras segundo, aliento tras aliento. Mis pasos se volvieron zancadas, en dirección contraria a la entrada por la que acababa de salir.
    Tras alejarme metros considerables, eché la vista atrás. La puerta se había cerrado. Ya no podría volver. Una pequeña parte de mi ser intentaba convencerme de la carente importancia de ese hecho. Había permanecido mucho tiempo contemplando el interior que me había olvidado de todo lo que me rodeaba. Una parte demasiado pequeña, en comparación con la parte que intentaba convencerme de lo contrario.

     De repente, cual frágil cristal fino se resquebraja al menor golpe, la estructura crujió. Observé horrorizada como los cristales de las ventanas tapiadas vibraban. La parte superior del edificio comenzaba a doblarse, con una facilidad pasmosa. Las tejas cayeron, rompiéndose en miles de fragmentos que liberaron pequeño granizo al aire. Lo percibí. Los cimientos no podrían soportar aquel caos. Tenía dos opciones.