Nunca es fácil enfrentarse con nuestros demonios. O mejor dicho, es tan difícil como nosotros busquemos ponerlo. Ni era la primera vez que lo hacía ni sería la última.
Su demonio, esta vez, era un mirlo. Sí, un inocente e inofensivo pájaro, de aspecto agradable y por lo que parece, alegre, aunque de bastante mayor tamaño que lo normal, y con el pico más desarrollado.
El problema - pensó - es que, como siempre, nada es lo que realmente es. La gente no se suele dar cuenta es que los mirlos y los cuervos se parecen, y la verdad, se planteó que éste fuera uno de esas aves de carroña disfrazada. A fin de cuentas la naturaleza ya se la había jugado varias veces
Pero hay que admitir que lo tenía fácil, siendo sinceros. Arco, escopeta, pistola, lanza y ballesta. Era imposible fallar. O no. Hacía tiempo que el término imposible empezó a dejar de tener significado cuando tenía que ver con que algo saliera mal (y muy pocas, pero significativas, en cuanto a la bonanza).
Siempre tuvo la sensación de que la suerte no le bendecía. Se planteaba en su cabeza: “poniéndonos estadísticos, tengo un 2% aproximado de no conseguir darle”. Sabía, a ciencia cierta, que si existía ese porcentaje de error, no acertaría, y el pájaro acabaría atacándole.
Y sucedió de extraña forma. Las armas fueron cayendo una a una. La escopeta no disparaba cartuchos de perdigones, de alguna forma, el pájaro los tornó fraudulentos, al igual que las balas de pistola. El arco y la ballesta eran muy imprecisos por el fuerte viento que de un momento a otro acaeció, y fue cuestión de tiempo que se acabaran las flechas. Pero quedaba una última oportunidad, la lanza.
Tras unos rápidos y elegantes movimientos, la lanza rozó al pájaro, lo suficiente como para herirlo superficialmente. Tras sentir una punzada, echó un ligero vistazo a su brazo. El final del ala derecha del águila que llevaba tatuada en la espalda y parte de los hombros asomaban bajo la manga, y justo en una de las plumas de tinta pudo ver un corte, sin duda hecho por el animal. Brotaba sangre, más roja que el color verdoso habitual, y respiró aliviado. Aunque de un momento a otro, el animal se elevó hasta una considerable altura, y emprendió una brutal caída que finiquitó en su estómago, para luego irse, esperando encontrarse con él otra vez.
En el estado que se encontraba le costó enfocar la visión, pero pudo hacerlo lo suficiente para darse cuenta de que los ojos del pájaro eran puro ámbar. Ese era el rasgo, el que siempre se había repetido.
Enfrentar los temores, los miedos y los sufrimientos nunca fue fácil, lo sabía muy bien, pero no iba a dejar de intentarlo, como no lo había hecho nunca. Sabía que merecía la pena, porque había alguien que siempre estaba con él y le daba fuerzas, como muchas veces y de otras muchas formas sentía que había estado. Ese, el alado, oscuro y magnífico acompañante de su espalda. Ese que en un futuro, se volvería real, de carne y hueso.
And then, the past recedes...